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Manel Barriere Figueroa estudió en el Centre Calassanç-Escac de Barcelona y allí empezó a montar cortometrajes en analógico, es decir, en celuloide y mesa de montaje horizontal, tanto en 16 como en 35 mm, por ejemplo “Jukebox” (1996) de Jordi Marcos, “11.56-11.59” (1997) de Oriol Rosell o “El viatger” (1998) de Joan Marimón, entre otros. Pertenece al grupo de montadores músicos que tocan la batería, una especialidad que existe y a la que algún día habrá que dedicar la atención que merece. Una de las condiciones que corren paralelas a su condición de profesional del montaje es la de escritor, y tanto o más aún la de poeta.
Dice sobre él un artículo publicado en el diario “Levante” con ocasión de la presentación en Valencia de su poemario “El rostro oculto”:


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Transcribimos su contribución al capítulo de “La voz de los montadores” en el libro “El montaje cinematográfico. Del guion a la pantalla”:
“Manel Barriere comienza por advertir que en el montaje de cine de autor en el que suele trabajar tan importante es visionar el material como entender lo que el director quiere expresar. Más allá de captar el tono y el carácter de la futura película, no cree que sea determinante la primera impresión sobre el material ya que éste se transforma cada día que pasa. Es partidario de las proyecciones de los pre-montajes con otros directores, montadores y gente totalmente ajena, a quienes conviene preguntar sobre dudas y problemas concretos. Aunque planteen soluciones, la utilidad habrá sido la de detectar problemas, ya que las soluciones dependerán únicamente del director y del montador, los únicos que conocen el material en profundidad”.

El montaje cinematográfico: del guión a la pantalla
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