jueves, 18 de mayo de 2017

El tratamiento de la familia como ideal sublime en el desenlace de

    

¡ATENCIÓN: SE CUENTA EL FINAL!

En el pasado 2016 han coincidido dos películas de registro notablemente distinto, ambas nominadas a mejor película en la edición de los Oscar del 2017, que contienen un elemento común: el tratamiento idílico del motivo de la familia justo en los minutos finales del desenlace. En los dos films esa visión alcanza una condición cercana al fantástico, al ideal soñado, al horizonte sublime, al ser retratada de forma distinta a la del tratamiento de la realidad ordinaria.

En "La ciudad de las estrellas (La la land)" (La la Land, 2016), con guión y dirección de Damien Chazelle y montaje de Tom Cross, se trata de un sueño compartido de los protagonistas, en un bloque final en tratamiento de musical danzado de cinco minutos, que culmina en una filmación en cine doméstico que los mismos protagonistas observan en una pantalla: Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling) se visionan a sí mismos en imágenes como de Super 8 mm que muestran a Mia embarazada y después los felices juegos de los padres con el bebé. Se trata de una especie de alucinación común producto del deseo, que termina precisamente con esas imágenes de familia que la realidad desmiente a continuación, con la pareja separada, él en el escenario y ella junto a un marido con el que se marcha, cerrándose así el largometraje.

En "La llegada" (Arrival, 2016), con guión de Eric Heisserer basado en el relato "La historia de tu vida" de Ted Chiang, dirección de Denis Villeneuve y montaje de Joe Walker, a un gran bloque climático en trepidante contrarreloj que pone en juego el ataque a los extraterrestres y un consiguiente conflicto mundial, sigue el desenlace: la lingüista Louise Banks (Amy Adams) experimenta un sueño anticipatorio o tal vez un recuerdo revelador (o ambas cosas), en el que el espectador asiste a bellas imágenes de la pareja de padres con su jovencísima hija recién nacida, guardando para la culminación de la secuencia la identidad del padre, que resulta ser el científico Ian Donnelly, junto al que Louise ha vivido toda la aventura de los intentos de comunicación con los alienígenas. La secuencia está tratada visualmente de forma alejada del resto de la narración, retratando el estado de felicidad con imágenes cercanas al spot publicitario sin abandonar el registro de color del largometraje.

Esta coincidencia no es en modo alguno extraordinaria. La estructura clásica del largometraje defiende la pareja y por encima de ella la familia como objetivo a alcanzar para el personaje (y por extensión para el espectador). Así sucede, de un modo u otro, en un porcentaje altísimo de films comerciales, de formas directa e indirecta, disimulada o evidente. En estos dos largometrajes tan distintos, un drama musical y una película de ciencia ficción filosófica, el motivo de la familia está estratégicamente ubicado en el desenlace y tratado con imágenes que manifiestan el motivo de la familia –en su concepto más puro y naciente, la "pareja joven con bebé"- como la máxima identificación posible con la idea de paraíso.


El montaje cinematográfico: del guión a la pantalla

 

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