sábado, 18 de abril de 2015

Cristina Otero o la frescura del montador

Cristina Otero Roth, montadora de ficción y de documental, habla de "LA FRESCURA DEL MONTADOR"

Cristina Otero Roth estudia dirección y montaje en el IDHEC de París. Monta el largometraje de Chano Piñeiro “Sempre Xonxa” (1989) y poco después diversos cortos y largometrajes de La Cuadrilla –Santiago Aguilar y Luis Guridi- como la trilogía “Justino, un asesino de la tercera edad” (1994), “Matías, juez de línea” (1996) y “Atilano, presidente” (1998). “Novo” (2002) de Jean Pierre Limosin; el largo documental “El viaje de Susu” (2003) de Nicolás Muñoz; “Lifting de corazón” (2006) de Eliseo Subiela; el largo documental “Siempre días azules” (2005) de Israel Sánchez; el largo documental “Tres instantes, un grito” (2013) de Cecilia Barriga, etc. Guionista, directora de cortos de ficción -“El amor es siempre joven” (1992)- y de documentales -“Europe on the fast track” (1992), “Sforzando” (2015)-. Profesora de montaje en escuelas de Madrid, Santander, Bilbao y en la ICTV de San Antonio de los Baños.
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El siguiente texto, “La frescura del montador”, es obra de la misma Cristina Otero Roth y ha sido escrito para el libro “El montaje cinematográfico. Del guión a la pantalla” (no puedo sino agradecérselo):

LA FRESCURA DEL MONTADOR
Pensemos que el film que estamos montando es un bosque. El montador tiene dos ojos, uno dentro del bosque y otro en un helicóptero que lo sobrevuela. El ojo del bosque observa cada árbol, tan distinto uno de otro. El ojo del helicóptero ve el bosque como un ser único, un ente dotado de vida y sentido.

El proceso de montaje es un ir y venir de lo pequeño a lo grande, de lo grande a lo pequeño. Sabe el montador que un fotograma de más o de menos redunda en toda la obra, y que sólo la visión global da la lucidez para dar o quitar esa partícula de tiempo.

El montador es espectador y actor al mismo tiempo. Maneja dos fuerzas que dialogan sin cesar a lo largo de todo el proceso de montaje. Una fuerza es activa: construye, pone cada pieza en su sitio. La otra es pasiva: es la mirada que calibra. Es cierto que a lo largo de las semanas o meses que dura el trabajo, la mirada se gasta, y puede perder esa frescura del espectador que mira por primera vez. Cada montador tiene sus técnicas, aunque imagino que son todas similares. Yo puedo contar las mías, sin que se entiendan como normas o consejos, sólo como herramientas que he adquirido a lo largo de los años:
  • Procuro no asistir nunca al rodaje. No quiero ver los espacios, porque el espacio lo vamos a construir con imágenes y sonidos, no quiero saber lo que costó hacer una toma, porque a lo mejor hay que sacrificarla, no quiero ver a los actores en su piel humana, porque sólo quiero ver a los personajes. No tener referencias reales es una de mis ventajas sobre el director, y tengo que preservarla para ayudarle luego.
  • Intento mantener vivas mis impresiones cuando visiono el material por primera vez. No son definitivas ni mucho menos, pero sí muy útiles más adelante, cuando tenga tanta confianza con ese material que me haya inmunizado contra él.
  • Nunca insisto hasta la saciedad trabajando una secuencia. Hago un primer boceto, la archivo, me despreocupo, paso a otra cosa. Dejo que otras partes de mi cerebro trabajen mientras hago mi vida cotidiana o trabajo en otras secuencias. Ese tiempo de descanso me da la distancia necesaria para hacer un diagnóstico inmediato cuando vuelvo a verla.
  • Hablo mucho con el director. Con algunos, la discusión es larga y apasionada. Pero lo importante es escuchar. No hablo para tener razón, sino para encontrar a través del diálogo la mejor solución.
  • Cuando se hacen los primeros visionados de trabajo con público, no rebato las opiniones, no defiendo el montaje, sino que escucho. Hago un esfuerzo para mirar a través de los ojos de ese espectador. Los comentarios me sirven para detectar problemas de los que yo no era consciente o para confirmar otros que intuía. A veces lo que no funciona no tiene remedio, porque el material no es perfecto.
  • Es importante distinguir entre la incomodidad de un espectador ante fallos en el relato y la diferencia de gusto. El montaje puede ser impecable pero eso no quiere decir que la película vaya a conectar con todos los públicos.
Pero lo más importante de todo es no perder de vista el objetivo: el corazón de la historia.

Después de leer el guión y de hablar lo que sea necesario con el director, me hago la pregunta: ¿qué queremos contar?. La respuesta a esa pregunta me acompaña a lo largo de todo el tiempo de trabajo, y es mi faro en cada corte, en cada selección de toma, en la estructura general, y sobre todo, cada vez que tengo la impresión de haber perdido la distancia, la necesaria frescura.



El montaje cinematográfico: del guión a la pantalla

 

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